Alejandro Prieto
El otro día mientras esperaba a unos amigos en la esquina entre la Gran Vía y Reyes Católicos, sin querer me puse a observar la diferencia entre el urbanismo de un lado y otro. Hacia Reyes católicos contemplé como la acera iba descendiendo con ese elegante diseño de retículas combinadas de blanco y gris, con sus márgenes paralelos a las casas, con sus macetas y farolas integradas en la arquitectura, creando una estampa bellísima. Veía a los turistas sonrientes disfrutando del encanto, la personalidad y la armonía envolvente de ese espacio. Es asombroso como girando sutilmente la cabeza uno descubre que la acera se convierte en una masa uniforme de color gris, de aspecto mugriento y sucio, con unas farolas destartaladas y horteras, con sus pantallas birrazas cogidas por un extremo, donde el agua sucia se acumula en el vértice inferior. Observo como los geranios colocados en el suelo, mezclados con colillas y bolsas de patatas, rezan por no ser pisoteados por el primer despistado que no advierta su presencia. Sin saberlo aquella esquina me invitaba a reflexionar sobre dos formas muy distintas de actuar. De como se pueden hacer las cosas bien, con cuidado y cariño, con altura de miras y ambición, queriendo dejar un hermoso legado para la posteridad, y como se puede hacer las cosas fatal, con desgana, sin ningún criterio. Con ideas cargadas de mediocridad y demostrando un desprecio absoluto hacia esta ciudad.
Lo triste de este asunto es que la alcaldía con el gusto más hortera y chabacano que ha tenido Granada en muchos años ha pensado que tiene la “divina” misión de transformar todo el centro de la ciudad. Ahora le toca el turno a la Calle Ángel Ganivet y este club de expertos en urbanismo ya ha demostrado con creces que son capaces de cargarse cualquier cosa y luego decir que están muy orgullosos.
Ya convirtieron la Avenida de la Constitución en el “Voulebard de la mugre”, cualquiera que halla pasado por allí habrá sentido asco al mirar al suelo. Y por la noche la sensación es mucho peor: La luz de cocina de las farolas mezclada con los leds azules del suelo dan un aspecto desangelado.
También convirtieron las calles del centro en una masa uniforme y monótona de color gris, sin personalidad, sin gracia, sin ningún guiño estético. Habrían terminado antes echándole cemento y dejándolo secar, el efecto hubiera sido el mismo. Ahora están peatonalizadas, eso sí, pero muy lejos de ser ese centro urbano que mezcla el atractivo de las tiendas con el aliciente estético, el encanto y la magia que tiene el centro histórico de una ciudad.
Con el Paseo del Salón y la Bomba más de lo mismo, la reforma aún no sabemos si era necesaria, porque no han aportado casi nada excepto dinero a unos cuantos bolsillos, farolas destartaladas o alguna que otra pincelada estilo “supermoderno” que en realidad no son más que detalles de adolescente macarra, que sólo sirven para destruir una vez más la magia de un espacio que era auténtico, único y que ahora no sabemos como definirlo. Lo más gracioso es que la mitad del paseo sufre una especie de hemiplejia, porque está cerrada desde que se terminaron las obras hace ya tiempo. Otro ejemplo de “lucidez” más del Ayuntamiento: Hacemos las cosas y luego no sabemos que utilidad darle.
Y así, poco a poco, barrio a barrio, Granada ha sufrido en los últimos años una ola de destrucción de calles y espacios históricos que no se conocía desde los años 60, cuando algunos de los padres de los que ahora gobiernan se dedicaban a especular y a construir mazacotes de cemento asolando sin pestañear la magia y el encanto de esta ciudad.
Creo que ya va siendo hora que los granadinos hablemos alto y claro, que demostremos que no nos vale todo, que amamos esta ciudad y que nos negamos a que siga siendo “tuneada” por bárbaros ignorantes que están muy lejos de la categoría que Granada se merece.